El Mercader, la Perla y los cerdos
02.07.2014 15:10El mercader, la perla y los cerdos
Había una vez, en un pueblo ubicado en la costa de un inmenso lago que siempre brillaba bajo el sol, un hombre fuerte y moreno, cuya actividad lo mantenía continuamente de viaje: Su nombre era Ya’akov. El largo de su barba daba testimonio de su edad, ya unas hebras blancas comenzaban a romper la monotonía de la cabellera oscura.
Ya’akov, como cada mañana y siendo un judío de cuna, se levantaba y hacía sus oraciones. Luego de compartir su alimento con la familia, salía a recorrer los poblados vecinos en busca de oportunidades, ofertas y buenos negocios: era mercader, un mercader con ojo entrenado, fiel descendiente de una larga línea familiar de comerciantes en la región de Galilea.
Aquella mañana su esposa lo escuchó como susurraba sentado en su estera: “Baruj atá Ado-nay Elo-henu melej haolam sheasá li kol tzorkí” (Bendito seas, oh Eterno, Dios nuestro, Rey del mundo, que provees todas mis necesidades.) Se levantó luego, compartió los alimentos con ella y sus niños y salió con paso firme hacia su trabajo.
El día avanzaba y proporcionalmente aumentaba el calor. El sol caía a plano sin misericordia. Luego de mucho caminar, se sintió cansado y quiso cobijarse de la temperatura implacable entrando a una callejuela de puestos de venta ambulante, que toldo contra toldo, al menos ofrecía resguardo y algo de alivio del agobiante calor.
Recorriendo lentamente la callejuela atestada de gentío, plena parlanchines vendedores y gruesas mujeres que competían con su voz en la venta de sus especias, entre niños correteando indiferentes al frenesí y animales que parecían tener su propia charla, fue que Ya’akov, vio una estera en el suelo, a la sombra, y que parecía desocupada. Miró hacia ambos lados buscando al dueño pero no lo encontró. Se acercó pues y se sentó allí a descansar, contemplando el panorama y tomando un poco de agua que traía consigo en su morral.
De pronto, desde allí -una perspectiva no muy agraciada por cierto ya que estaba sentado en el suelo-, vio en frente mismo de él, a sólo unos pocos metros y en un puesto igual a todos, algo diferente a lo que en general se ofrecía en ellos: sobre la superficie de un sucio trozo de arpillera, brillaba tenuemente un tesoro particular: una gran perla...
———
Volver