Un Padre que espera

15.07.2014 11:26

                  Un Padre que espera                 

-Por Angélica Permuy-

“…Hoy como  cada día camina hasta la entrada de su casa, se para en el pórtico  y mira a lo lejos, intenta  distinguir en la distancia del camino la silueta de aquel a quien espera. No sabe dónde anda, ni con quien, no recibe noticias hace tiempo  y aunque parezca imposible le ha perdido el rastro…Por las noches, en la dolorosa calma que produce el silencio su corazón se conmueve pensando y  se pregunta con tristeza como estará…  ¿tendrá un lugar para dormir? ¿Habrá comido hoy? ¡Cuanto puede lastimar la incertidumbre de la libertad ajena!… Pero mañana será otro día, tal vez será  “el día”, y  abrazando esa esperanza una vez más se duerme…”

Si por primera vez leyéramos la parábola del hijo prodigo sin toda la interferencia de  las muchas explicaciones que se han hecho al respecto ¿Qué nos impactaría? A mí, una y otra vez el padre.

No me importa el dinero derrochado (en definitiva le correspondía), no me importan las “malas compañías” ni las algarrobas, tampoco el egoísmo del hermano mayor incapaz de ver su propia posición de privilegio. Nada de todo eso me llama la atención, no son más que miserias humanas comunes a todos.  Pero el Padre me conmueve en lo más profundo. Lo imagino esperando, siempre esperando… sabía de ante mano lo que su hijo haría con su vida  y aun así no le negó la libertad

Ese es Dios, Padre por sobre todo, respetando nuestras decisiones hasta las últimas consecuencias y aun así  siempre ilusionado con nuestra vuelta a casa, no hay reproches de ningún tipo, sólo su corazón acelerado por la emoción, sólo sus brazos extendidos corriendo al encuentro apenas nos ve de lejos, no le importan las formalidades, no hay nada que explicar, El todo lo sabe, y todo lo puede.

Sólo a su lado podemos entender lo que es ser amados por completo, sólo a su lado entendemos lo que es pertenecer y ser recibidos con un banquete…

Para alcanzar a Dios no sirven los esfuerzos humanos y religiosos, ni el martirio más horrible nos hará merecedores. Es mucho más sencillo: en cualquier lugar, en cualquier momento, donde reconozcamos que ya hemos tenido suficiente dolor y no tenemos por qué estar lejos de casa en medio del desamparo… a  los cerdos que los cuide otro, para cada uno de nosotros hay un hogar y un padre amoroso esperando.

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